Ay ¡¡¡Qué pena!!!

Ay ¡¡¡Qué pena!!!

Cuando los padres de un hijo con autismo hablamos de ello y contamos las cosas tan feas con las que convivimos a diario, caminamos por una línea muy delgada. La línea de “dar pena”. La línea que si la traspasas, y es fácil hacerlo hablando de tu hijo con autismo, automáticamente te sitúas en el descampando de la pena y de la dureza con la que vives a diario.

Quizás lo cuentes con total objetividad y desde la razón, dejando un poco de lado tus emociones, pero sin quererlo ni desearlo el que tienes en frente, te “tiene pena”.

Para mostrarte esto, voy a contar una singularidad de las personas con autismo no verbales desde la razón más absoluta, desde la razón pura, sin involucrarme emocionalmente, para que veas lo fácil que es irse al territorio de “hay que penas me das”.

Una cosa que le pasa a mi hijo y le empieza a pasar bastante a menudo, ayer concretamente le ocurrió, yo estaba haciendo los deberes con mi hijo mayor y oímos a Lucas llorar que estaba en el cuarto de al lado. Era un llanto de tristeza. NO había gritos, ni susto de por medio, por lo que sabíamos que el llanto no era consecuencia de un golpe ni de un accidente. Era un llanto de desconsuelo, de desesperanza, de tristeza.

Su hermano y yo fuimos a verle y estaba sentado en la cama y llorando con una pena descomunal. NO sabíamos que había pasado. NO había signo de nada. Le miramos y no había ningún golpe que se hubiera podido dar, tampoco oímos ninguna caída. Le abracé y le cogí en brazos y eso que ya es un tiarrón, pero quería un abrazo. Lloraba sin parar y con una pena terrible. Aun sabiendo que mi hijo no habla, no puedo evitar que se me escapen preguntas como ¿pero qué te pasa hijo? ¿Pero por qué lloras?, evidentemente sabiendo que nunca te va a contestar.

Pues bien, como es todo racional, esperé, vi que no había sangre y mi cerebro me dictó: tranquilo, si le transmites tranquilidad él se tranquilizará. Y así fue, pasados unos momentos, se le pasó y volvió a ser el niño feliz que siempre es.

Y así de fácil, todo apoyado en la razón, dejando el corazón a un lado. No quiero que me tengas pena, pues es todo controlable por la razón humana y aquí se acaba todo. ¡¡Pues una mierda!! Esto es totalmente irracional. Que tú hijo llore con 8 años y no sepas los motivos porque no pueda hablar rompe la razón en mil pedazos y multiplica por diez la producción de tus emociones en forma de sombras y de callejones oscuros a los que no entrarías nunca si no pasara esto.

Ver a tu hijo sumido en una gran tristeza, sin saber que ocurre, es desesperante. Es de una gran tristeza y despierta en ti una impotencia como padre o madre, que te desgarra por dentro. Pasa, todo pasa.

¡Pues claro que pasa! pero desgraciadamente te deja una huella que no se borrará tan fácilmente como otras que suceden a lo largo de tu vida.

Y si te ha dado pena, pues que te dé. Porque esto alegre no es. Pero que te dé pena para actuar a favor de la integración. Que te dé pena para ayudar a los más débiles, para ayudar a los personas con autismo cuando te cruces en su camino. Que te dé pena para ser mejor persona o para intentar hacer tu mundo un poquito mejor del mundo que tenías ayer.

NO quiero que me tengas penas a mí. Sinceramente eso me da igual. De hecho me parece bastante absurdo y nada se consigue teniéndomela a mí o a mi familia. Procura que la pena te sirva para hacer cosas positivas por los demás, pero no focalices tu pena en mí, que eso es problema tuyo y no mío. No me hagas cargar con más ladrillos, que cada uno tenemos los nuestros y mi carretilla ya va bastante llena.

-Reflexiones de un autista.

 


Fotografía: David Martín